miércoles, 14 de abril de 2010

Les maitres fous

Les maîtres fous
(Los maestros locos)
Dirigida por Jean Rouch
1955
Francia



La incursión de la cinematografía en la vida humana tiene también una fuerte carga antropológica. Cuando antes los que viajaban a tierras exóticas eran conquistadores con armas ahora son turistas con cámaras. La acción de ponerle a alguien una cámara enfrente es ya una agresión, aunque sea a diferente nivel que con un arma. Creo que nos es difícil pensar así porque nos hemos acostumbrado ha vivir en una sociedad que adora las imágenes y por lo tanto el uso de cámaras de video o fotos nos es absolutamente normal. Sin embargo lo que estamos haciendo es capturar rasgos de personas para poseerlos y luego poder utilizarlos y reproducirlos a nuestro antojo. La cámara sirve como instrumento que condiciona el comportamiento de quién está frente a ella. Cuando una cámara está grabando provoca muchas veces que las personas quieran lucirse llamando la atención. El cine de Rouch es un perfecto ejemplo de cómo funciona este mecanismo antropológico, en específico en Les maîtres fous, donde presenciamos los rituales de una tribu africana.



Rouch fue pionero en formalizar el uso de la cámara en mano. Este elemento cambia por completo la forma y el fondo de la película. Aquí sentimos que la cámara es prácticamente un personaje más. La cámara observa pero no lo hace detrás de un arbusto con un telefoto, sino que se involucra, juega y condiciona; es decir, es una cámara participativa. Es tan fuerte el ritual que presenciamos que aunado a las tomas vertiginosas de Rouch es posible sentir un efecto de trance. En esta obra vemos a los participantes de estas ceremonias en estados físicos que de primera instancia podrían parecernos desquiciados. No resulta raro ver a uno de estos sentado con un gesto como si la cara fuera a explotarle y los ojos fueran globos blancos que están demasiado inflados. Los cortes rápidos y elípticos, y las conductas alteradas nos convierten en partícipes de este frenesí.





Por ejemplo, en la secuencia que más me llamó la atención de la película, vemos a un integrante de la milicia caminando como si sus piernas fueran de palo y no pudiera doblar las rodillas. Se aparece y saluda a la multitud sentada. Da la impresión de que en cualquier momento se puede colapsar. Le dan una antorcha con fuego que el exige para demostrar que es un Hauka. No para de caminar y en eso hay un corte a él cayéndose y en menos de un segundo se para de nuevo como si sólo se tratara de una lagartija. Uno, como público, no puede apartar la mirada de su antorcha. En el preciso momento en que se levanta (en una toma bastante abierta) parece que ve al camarógrafo y se acerca vehemente al lente de la cámara para terminar en un extremo close-up del fuego. Al estar inmersos en este ambiente que nos resulta caótico, este juego de planos nos habla de una agresión de su parte, sentimos que invade peligrosamente nuestro espacio personal.

Creo que resulta obvio que Rouch tenía perfectamente bien definida la noción de que la cámara, al ser manejada por un humano, inevitablemente se convierte en un personaje más que habita el mismo espacio que los sujetos retratados. Este juego de proximidad entre sujetos y cámara se explora en otras cintas de este director.

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