lunes, 31 de mayo de 2010

Délits Flagrants

Delitos fragrantes
Dirigida por Raymond Depardon
1994
Francia



En este largometraje documental Depardon hace un estudio sobre el funcionamiento de la justicia. ¿Qué clase de estructura es ésta? Para darnos cuenta de cómo se trabajan las cosas por aquí no hace falta más que echar un vistazo al lugar. Estas oficinas están destinadas a atender los delitos donde el criminal fue atrapado cometiendo el delito; en fragante. Por lo tanto, a pesar de ser rígida esta estructura gubernamental, se entiende que está destinada para casos temporales. Todo trabaja en este lugar de una manera maquinal, así que no es de sorprender que hasta la arquitectura sea pesada y sobria.



Depardon decide utilizar como estrategia el posicionar la cámara fija. En estas situaciones donde todo el tiempo hay dos sujetos sentados hablando, ¿para qué se necesitaría una cámara ligera y dinámica? Las personas que trabajan aquí, las que son atendidas, Depardon, la cámara, e inclusive nosotros, debemos permanecer pacientes e inmóviles mientras el protocolo burocrático se lleva a cabo. Gracias a este dispositivo nos podemos dar cuenta del grandísimo poder de despersonalización que poseen estas instancias. Las fases, que parecen interminables, que siguen los delincuentes y los servidores públicos generan conversaciones donde los segundos deben saber adaptar las respuestas y quejas de los primeros dentro de su guión institucional. Sin embargo, el trabajo de estos maestros de la burocracia está tratado con muchísima dignidad por parte del director. Éste en ningún momento toma partido y se limita a observar; tan frío e impersonal como el mismo sistema de justicia francés. Esto no significa que no tome acción, sino que por medio de su postura de no juzgar se convierte en un ente desarrollando un discurso de reflexión sobre la justicia. No hay mucha denuncia en su mirada pero sí observación y acercamiento. No es necesario tener a los personajes en close-up para lograr esto; basta con tener interés suficiente para poner atención. La realización de verdades no sucede a manera de catarsis.


 Conocemos varios casos a lo largo de la película y no resulta difícil encontrar un patrón común entre los sujetos que están siendo procesados. Todos son “pequeños criminales”; nadie se encuentra ahí por algún delito mayor, como asesinato o secuestro. Robos, consumo de drogas, etc., son crímenes que puede cometer cualquiera en Francia, ¿pero a quiénes nos encontramos? No son ricos jóvenes franceses con espíritu anárquico, ni padres de familia viviendo los estragos del desempleo. Son representantes de las minorías más marginadas del país, como prostitutas, drogadictos e indocumentados. Depardon nos ayuda a darnos cuenta de que este sistema de justicia no tiene remordimiento de arruinar la vida de alguien que ya la tenía arruinada. Estos personajes no son sólo ellos ya que hablan por un grupo mayor que no aparece en cámara.


El diálogo entre ambos se torna en una especie de confesionario no muy honesto; la monotonía de un espacio tan aislado causa que los acusados quieran llamar la atención, ¿de quién? Los servidores no pueden hacer mucho más de lo que les corresponde, así que con una artificiosa naturalidad apelan a la cámara. Sus excusas se convierten en improvisaciones actorales donde sólo el carisma puede funcionar como herramienta empática.

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