lunes, 31 de mayo de 2010

Salesman

Salesman
Albert Maysles y David Maysles
1968
Estados Unidos



La vida de un vendedor de puerta en puerta es agotadora. Los hermanos Maysles esta vez participan con un grupo de vendedores de biblias en Salesman. Por naturaleza, estos vendedores son seres que la gente intenta evitar. Es común que en las casas donde van a ofrecer sus productos ni siquiera les den la oportunidad de abrir la puerta y echar un vistazo a su producto. Ellos trabajan por comisión así que su finalidad es vender suficientes al mes para poder asegurar su paga. Los Maysles nos ayudan a que descubramos cómo es la vida de estas personas a quien nadie quiere.


Hay una cuestión muy peculiar que le ha permitido a los hermanos Maysles hacer sus documentales. Para esos años ya se contaba con equipos de filmación más ligeros que permitían desplazarse más fácilmente. La corriente del direct cinema llevaba unos años de nacida e intentaba capturar momentos verdaderos sin la prefabricación titánica de las producciones de Hollywood. Este par de cineastas supieron aprovechar esta vanguardia y la tecnología para darle un seguimiento cercano a cuatro vendedores de biblias. Su rutina implica pasar la mayor parte del día conduciendo, ya que una vez que se cierra una puerta nunca se volverá a abrir. En Salesman parece ser un factor común que estos vendedores sean tipos solitarios. No tienen otra opción, su trabajo los obliga a no asentar. Son los nómadas de la época. Con sólo dos personas en su equipo de filmación, los hermanos Maysles son capaces de meterse a todo tipo de lugares que van desde carros, casas, salas de conferencia, etc.

 
En una de las secuencias vemos como nuestro protagonista, Paul, intenta venderle una Biblia a una señora que se muestra indecisa. Él no para de hablar. Su libreto junto con la capacidad de coherencia y sofismo que ha tenido que desarrollar, lo convierten en un maestro del habla al que no se le puede decir que no. Si para nosotros, espectadores de cuarenta años después nos resulta más que evidente que la señora no va a comprar el libro, pues debe ser aún más obvio para Paul. Sin embargo él se aferra a no dejar ir a esta potencial cliente, sabe que no hay batalla perdida. Ella insiste que lo tiene que consultar con su esposo, así que Paul ya sabe lo que tiene que decir: “¡Sorpréndalo! Désela de regalo”.

Yo he estado, como todos, en la situación de que no hay forma de decirle que no a un vendedor. Esta persistencia suya resulta en el momento muy molesta, pero hace falta preguntarnos cómo deben vivir estas personas que deben acostumbrarse a que los rechacen veinte veces por cada vez que les compran un producto. Los hermanos documentalistas nos permiten acercarnos a la cara del rechazo.


En este retrato de la sociedad estadounidense de finales de los sesentas nos damos cuenta de que la situación económica es bastante complicada. Paul intenta venderle una Biblia a una señora cuyo marido resulta ser vendedor de aspiradoras. Al enterarse de esto y establecer contacto cara a cara con él, se marcha. Sabe que le está queriendo hacer un truco de magia a un mago. La reflexión más poderosa que se formula es acerca del fracaso como pan de cada día. Reflejo de una sociedad que quisiera obtener lo justo por su trabajo. 

¿De qué sirve intentarlo tantas veces para obtener tan poco?

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